Compendio de la Historia de Zaragoza.. Libros. Aragón

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Historia Zaragoza

Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 12 de diciembre de 2022 última revisión

Autor: D. Pablo Claramunt y Romeo.
2ª edición ilustrada.
Editor: Manuel Sevilla.
ZARAGOZA 1904.

Compendio de Historia de Zaragoza


Ministerio de Fomento

Dirección General

El Consejo de Instrucción Pública, en sesión celebrada el día 7 de Marzo de 1894, acordó declarar libro de texto para las escuelas de ambos sexos de Aragón, y muy especialmente de las de Zaragoza y todos los pueblos de su provincia, el libro presentado en dicho centro por su autor D.Pablo Claramunt Romeo, titulado: COMPENDIO DE LA HISTORIA DE ZARAGOZA.
Madrid 20 de Marzo de 1894.-
Vicenti.


DOS PALABRAS

Amables lectores: Modestas pretensiones son las de quien sin titulos para ello, pero amante de las glorias patrias, intenta inculcarlas en la juventud que hacia el ocaso nos empuja.
El nombre augusto de la muy noble, muy leal, muy heróica, siempre heróica y muy benéfica Zaragoza, cuyos ecos retumban y retumbarán eternamente en los más apartados países, me han impelido á hacer este libro, imperfecto sin duda alguna, pero lleno del mayor entusiasmo y con el mejor deseo de prestar un verdadero servicio a los hijos de la inmortal Zaragoza.
Si no lo consigo, no culpeis á mi buena intención, sino á la escasa inteligencia con que al Dios de las misericordias plugo dotarme.
Creo, que así como los griegos tienen siempre presentes y cantan en todos los tonos sus glorias, heróicos hechos y laudables proezas, los demás pueblos tenemos el ineludible deber de imitarles.
Y como tan solo el nombre de la inmortal Zaragoza significa una epopeya, entiendo que no es justo que la inmensa mayoria de sus nobles hijos ignoren los principales hechos del pueblo en que nacieron.
Por esto me he decidido a decir algo a grandes rasgos de su interesante historia; si consigo agradar a mis lectores é inculco en la juventud un poco de lo mucho que de esta inmortal ciudad puede escribirse, será la mejor recompensa y mayor satisfacción que habrá podido alcanzar en todos los días de su vida vuestro afectisimo seguro servidor.

PABLO CLARAMUNT


Prólogo

Mucho ha querido honrarme el autor de este precioso libro, encargándome un prólogo para su obra. Solo siento que mi pluma sea de pesado vuelo para tan importante asunto como en ella se trata y que no sea mi instrucción tan vasta como la de Tácito, Tito Livio, Mariana ó Lafuente, para encarecer su utilidad y conveniencia en esta ciudad, en donde los naturales han sido en todas las épocas en eso de hazañas brillantes

Largos para facerlas
Y cortos para contarlas

y ya que esto no posea, tuviese por lo menos el estro poético de Tomeo y Benedicto, ó la atildada dicción de mi querido y malogrado amigo Joaquín Gimeno, que por si solas bastasen a dar belleza a las páginas con que ha de abrir en el corazón de los pequeñuelos, la inspiración del amor patrio. Si asuntos tan elevados se infiltrasen en la más tierna edad, en los pechos infantiles, no hubiera tenido el docto Catedrático que escribir sus preciosos articulos Vamos muy despacio, ni todos los días nos quejaríamos en esta bendita tierra, del olvido en que se tienen las glorias aragonesas.

Tal es la convicción de la mayor parte de los que nos dedicamos al cultivo de las letras. El que esto escribe, en 1873, dedicó á los niños de su pueblo una crónica, y les repartió gratis mil ejemplares, creyendo más útil esa lectura que otras muchas que se ponen en manos de los niños y que si bien es cierto son morales é instructivas, casi todas ellas tienen por base fabulitas, cuentos y poesías, importadas todas ellas ó la mayor parte de allende los Pirineos, con nombres extranjeros ó españolizados y llenas de aventuras inverosímiles que las hacen después más ingrato el estudio de la Geografía, Sistema decimal y todos los rudimentos de las ciencias exactas.
¡Como si no hubiera en la Historia Patria hechos legendarios capaces de cautivar la imaginación y entusiasmo para la virtud á los que de ellos tienen conocimiento! Concretándonos á nuestra ciudad, tiene, siguiendo orden cronológico, en su origen, algo de la Mitología, fantasmas seductores de los romanos emperadores, esfuerzos titánicos en las luchas con los Cartagineses y ese Castillo del Sol, convertido en época de la Reconquista, en Palacio del Rey D.Teobaldo de Navarra y en la época cristiana en Monasterio del Santo Sepulcro. ¿Quién sabe hoy explicar esa obra que da frente a las Tenerias y en la cual la soñadora imaginación de nuestro pueblo, señala la prisión del Trovador?¿Quién sabe hoy que es lo único que resta de las obras romanas, aquellas que llamaron inceptas, terminadas por el genio de los moros.? Los sabios, los eruditos y nadie más.
¿A quién no inspiran las magestuosas y atrevidas columnas del Santo Templo del Salvador? A los que no saben que son hijas del genio de los godos y que los musulmanes tuvieron allí su Mezquita Mayor, y que en todas las épocas se celebraron en su Prebisterio las magníficas ceremonias de la coronación de nuestros Reyes, que se llamaron Ramiros y Jaimes y Alfonsos, que allí mismo se armaron caballeros, allí juraron respetar nuestros fueros y privilegios y de allí partieron para defender la integridad de la tierra aragonesa, vengando a Coradino y colocando el blasón aragonés en todas las partes del mundo conocido, porque tanta gloria no cabía en pequeño espacio, por lo que el rudo almogávar pide con su grito ¡desperta ferro! nuevos combates.
Después esa bendita historia de la Venida de la Santisima Virgen del Pilar, hermosa y celestial creencia que hizo descender al sepulcro a nuestro cristiano padre con la sonrisa de la esperanza divina en los labios, que produjo el genio de nuestros artistas, y la elocuencia de nuestros sabios cronistas, y el heroismo de nuestros guerreros, y la santidad de nuestros sacerdotes, y últimamente esa epopeya sublime sin rival en el mundo, que se llama guerra de la Independencia en 1808 y en la que con Palafox, el de ilustre prosapia, alcanzaron gloria inmarcesible, labradores como D. Mariano Cerezo, el tío Jorge, el del Arrabal, sacerdotes como Sas y Boggiero, frailes como el P.Gil y el P.Consolación y hasta mujeres como la condesa de Bureta, Manuela Sancho y Agustina Aragón, sin contar con otros heroismos de caridad y abnegación, de tesón y de constancia tan dignos de ser contados a las generaciones presentes y venideras para que siga mereciendo nuestra ciudad el dictado de Imperial y de Augusta, S.H. y Siempre Benefica.
Terminamos como hemos principiado, sintiendo no valer más para no poner nuestro valimiento al servicio de ideal tan útil, enviando al autor un aplauso y recomendando á los niños el estudio de nuestra historia gloriosa; aplauso que extensivo hacemos á todos los que entusiasmados guardan hasta sus leyendas y entre los que enviamos un recuerdo al laborioso é ilustrado catedrático D. Cosme Blasco, que con sus cuadros va conservando el sabor y el genio del franco, hidalgo y honrado pueblo de Aragón y la fisonomía moral de la antigua Zaragoza.

Julio Bernal y Soriano Zaragoza, 19 de Julio de 1891.


Viaje de Túbal

CAPITULO I

Auripa

Viaje de Túbal por el Mediterráneo.- Admiración de los expedicionarios al llegar a las ruinas de Auripa.

Densa oscuridad nos impide dar cuenta de los tiempos primitivos; mas apelando á respetables autores, trazaremos á grandes rasgos lo que aquéllos nos legaron.
Corría el año 263 antes de Jesucristo, cuando Túbal, abandonando las costas que bañan la pintoresca Grecia, se internó en el mar Mediterráneo, dirigiendo siempre sus naves hacia el ocaso del sol.
Navegando en la dirección indicada, poco tardó en presentarse á su vista el nuevo país, admirando con entusiasmo sus ricas aguas, la fertilidad de sus tierras, sus riberas, ora cubiertas de verdes campiñas ó de elevados peñascos, ora coronada de inmensos promontorios, ricos en metales de todas clases y mármoles de diversos colores que semejaban al precioso arco iris.
Admirado de la sin par belleza que á los ojos de Túbal se presentaba, así como iban avanzando sus naves, decidióse á dejar huellas de su paso por el país que visitaba, alzando aldeas y pueblos y dejando en ellas para poblarlas á varios de los que en su excursión le acompañaban.
Así caminaba, hasta llegar á la desembocadura en el Mediterráneo, de un gran río, hacia el que dirigió sus barcos, y cruzando las soberbias llanuras, inmensos bosques, elevadas montañas y valles de rica vegetación, llegó á la confluencia de dos ríos, uno frente del otro, sobre el que navegaba, divisando á la vez á su derecha, y casi perdiéndose en el horizonte, los Pirineos; al frente un monte colosal denominado hoy el Moncayo y á su izquierda, un poco más arriba de la confluencia de los dos ríos Gállego y Huerva, una gran llanura, en la que todavía existían inmensos cimientos de edificios, hermosos pórticos medio derruidos y grandes palacios derrumbados; dandole todo ello á conocer que en aquella llanura debió existir importante ciudad, antidiluviana, según Plinio, Murillo y otros célebres autores.
Admirados los expedicionarios de tan inmensos como frondosos y exuberantes terrenos, llanos como la palma de la mano y de tan ricos como preciosos vestigios de grandiosa población, fundada en las mismas orillas del caudaloso y aurífero río, abandonaron sus naves y exparciéronse por las ruinas de aquella antes inmensa ciudad y en aquel entonces habitada tan solo por las variadas clases de insectos y pajaros.
La supuesta riqueza de lo que aquella gran población fué, les llenó de admiración y entusiasmo y no dejó de cruzar por la imaginación de Túbal la gigantesca idea de reedificar aquella derruida ciudad, laborar sus campos y devolverle á su antiguo esplendor; mas sin duda alguna, falto de personal para caminar por el rumbo emprendido si dejaba el que aquellos inmensos terrenos necesitaban y pedían, y temeroso á la vez de cometer un grave pecado si dejaba poca gente, decidiose á abandonar con todos sus expedicionarios, no sin volverse á ella hasta perderla de vista y dirigir sus oraciones al Cielo, rogando á sus Dioses al despedirse de Auripa,- cuyo nombre le dió Túbal por los granos de oro que entre sus arenas contenía el río por el que aguas arriba navegaba,- le concediera las fuerzas necesarias para volver y dedicarse á su reedificación.
Pues continuamente se le oía murmurar: ¡Ya volvere!
Y Auripa -- Zaragoza -- quedó tan solitaria como lo estuvo después del diluvio hasta la pasajera visita que recibiera de Túbal.


CAPITULO II

Salduba

Prematura muerte de Túbal- Viaje de los Iberos--Instalación de éstos en Auripa.

¡Yo volveré! Murmuraba Túbal al perder de vista á Auripa, continuando su viaje aguas arriba del río Ebro; y la antes bella ciudad, según los restos que de ella existieran, quedó habitada por las inocentes golondrinas, (tan bienhechoras de las tiernas plantas), que colgaban sus nidos en las desvencijadas cornisas y de la diversidad de pájaros que revoloteaban alrededor de los derruidos edificios.
Pero Túbal no pudo satisfacer sus anhelantes deseos; sorprendióle la muerte en su triunfal carrera y bajó á la tumba arrastrando en pos de sí la suerte de la desgraciada Auripa.
No tardó mucho tiempo en extenderse entre los íberos, que en aquellos remotos tiempos ocupaban desde las vertientes del Cáucaso hasta las inmensas llanuras de Asiria, la fama de la tierra que descubriera Túbal en su expedición, y acosados todos por el deseo de admirar y explotar á la vez las grandes riquezas que de aquel país hasta entonces desconocido las contaran, pronto se concertaron buen número de ellos y acordaron dirigirse hacia la desconocida Peninsula.
Audaces y guerreros por temperamento, proclamaron á un jefe que le denominaron Ibero, prepararon sus bajeles con rapidez pasmosa, y embarcados con sus familias, lanzáronse por los mares en busca de la tierra que tan ricos tesoros como hermoso panorama ofrecia, siguiendo el mismo camino emprendido por Túbal.
Llenos de febril entusiasmo y acosados todos por un mismo y constante deseo, dirigían sus naves con rumbo á la Península ibérica, é impelidos por viento favorable pronto divisaron los horizontes de aquel terreno que tan pingüe alojamiento les ofreciera.
Inmenso grito de júbilo resonó en todas las embarcaciones al llegar á las costas de España en el mar Mediterráneo; é Ibero, jefe de la expedición, á pesar de asombrarse de que nadie saliera á las playas á la llegada de los extranjeros, lo que le demostraba lo poco poblado que estaba el país, iba dejando en tierra á los que rendidos por la fatiga de tan largo viaje así lo solicitaban; es decir, hacía lo mismo que hizo Túbal al cruzar los mares con sus bajeles por vez primera y tocar en las costas de nuestra privilegiada tierra.
Navegando con el mismo rumbo que lo hiciera el desgraciado Túbal, pronto se encontraron los nuevos expedicionarios en unas costas (las de Tortosa), en las que desemboca el caudaloso Ebro, que ellos denominaron desde aquel momento Ibero; y guiados por su jefe, del que tomaron el nombre para bautizar al río que empezaban á surcar contra la corriente ó el curso de las aguas, admiraron asombrados los inmensos é incultos llanos, las escarpadas rocas, las floridas praderas, los ásperos peñascos, los amenos valles y pintorescas sierras, que ante su extasiada vista se presentaban, hasta llegar á una inmensa llanura que les comvidaba á hacer alto en su penosa escursión.
Así lo hicieron, y echando pié á tierra, maravillados de tan bello panorama como el que ante sus ojos se presentaba, empezaron á recorrer la inmensa planicie, descubiendo á pocos pasos restos magnificos, aunque ruinas tristes, de la grandiosa Auripa, según la había denominado Túbal, y convencidos muchos de los iberos de las riquezas de aquel suelo, virgen todavía, pudiera proporcionarles, pronto rodearon á su jefe diciendole, según varios autores:
"Las ruinas de este pueblo son muchísimo más preciosas que muchas ciudades que hoy se levantan; permitidnoshabitarlas y dadnos un patriarca que nos dirija."
Accedió á sus pretensiones Ibero, jefe de la expedición; dictóles breves pero sabias leyes que les gobernasen, dióles armas y ganados, y encargándoles el cumplimiento exacto de cuanto les ordenaba, aléjose de los derrumbados muros de Auripa acompañado de algunos iberos y siguió su impertérrita marcha hasta encontrarse con los descendientes de Túbal, á quienes buscaba con objeto de ofrecerles la paz ó la guerra.
Y desde estos momentos empieza ya la historia de Zaragoza después del diluvio.
Poco tardaron los iberos en alzar sus cabañas recostadas sobre los derruidos paredones, y el sol empezó á iluminar los pajizos techos de aquellas viviendas, tan solo para resguardarse los nuevos habitantes de los rigores del tiempo.
Dedicábanse al pastoreo de sus ganados en las inmensas praderas que tan feraz suelo les brindaba, y á poco ocurrióseles buscar nombre propio al pueblo que empezaban á fundar.
Discurriendo sobre punto tan importante, é ignorando á la vez el nombre de Auripa que le diera Túbal, buscaron no en balde titulo que darle, y fundándose en las ricas y abundantes salinas que á la entonces aldea circulaban diéronle el nombre de Salduba.


CAPITULO III

Agripa

Ocupaciones de los íberos -- De pacificos habitantes se convierten en guerreros -- Malas noticias para Salduba. -- Derrota de Amílcar y su muerte. --Devastación de Salduba y reedificación de Agripa.

Hasta que Salduba recibiera el nuevo nombre con que encabezamos este capítulo, infinidad de tristes y graves sucesos se desarrollaron en la Península ibérica, ocasionados todos por los diferentes pueblos de Oriente y Occidente, que, ambiciosos de poseer las riquezas con que nuestro pais les brindara en aquel entonces, á él acudían decididos á no perdonar medios hasta conseguir sus propósitos.
Pero como nuestra misión se refiere única y exclusivamente á dar lacónica, pero sicinta reseña de la gran historia de la por tantos títulos heróica y nobilísima ciudad, pasaremos por alto las guerras púnicas, toda vez que esto debe quedarse para los historiadores de los hechos de Aragón y de España.
Así, pues, diremos que los iberos en Salduba dedicábanse á la caza, al pastoreo de sus ganados y á laborar los terrenos feraces y llanísimos que á sus improvisadas y humildes viviendas circundaban.
Nada les preocupaba; solos, aislados, no parecía sino que estaban separados del resto del mundo: tal era la paz y vebtura que gozaban, ignorantes de lo que es España y á pocas leguas de Salduba sucedía entre los naturales y fenicios, -nuevos invasores- primero, y después entre éstos y los cartagineses y romanos.
Dos siglos habían transcurrido así, y sin embargo, los habitantes de la pobre aldea (Zaragoza), continuaban en su pacífica y feliz existencia sin haber llegado á ella el más ligero grito de muerte y exterminio con que llenaban los aires los combatientes.
Como Salduba no habia de quedar libre de las consecuencias de tan funestas guerras, un día vieron llegar sus habitantes á varios hombres que corriendo y rendidos por la fatiga fueron á caer junto á ellos.
A los gritos de ¡alerta! de tan inesperados huéspedes, los pacíficos aldeanos preguntáronles que quiénes eran y qué querían.
Los recien llegados pusiéronles al corriente de cuanto á corta distancia de ellos ocurría, diciéndoles que unos hombres feroces armados de cuchillas (se referían á los guerreros que mandaba Amilcar Barca) iban avanzando hacía aquel pueblo y que pronto morirían bajo sus terribles armas, serían talados sus campos y arrebatados sus ganados.
Ante tan funesto anuncio y convencidos los habitantes de Salduba de que era cierto cuanto los recien llegados les contaran, pronto cambiaron la honda por el arado y por el cayado la lanza, reuniéndose á poco numeroso ejército, que mandado por dos hermanos. Istolacio é Indortes, marcharon en busca de enemigos, que se encontraba en la falda opuesta del Moncayo, quedando Salduba habitada tan solo por inválidos, mujeres y niños.
Istolacio murió en la batalla, que fué terrible para los improvisados guerreros, pero Indortes, que pudo escapar con vida, juró vengar la derrota y muerte de su hermano. Reunió sus huestes, se agregaron otras y pocos días tardó en presentarse frente á Amilcar para disputarle el paso, pero con tan desastrosa suerte como en la primera.
Indortes, con diez mil hombres, quedó prisionero del general cartaginés Amilcar, pero conociendo este astuto militar lo dificil que era la custodia de tanta gente, les dió la libertad incondicional, menos al desgraciado Indortes á quien mandó crucificar.
Pronto llegó á Salduba la noticia de las dos derrotas y muerte de los dos hermanos, y con tan desagradable nueva nuevos refuerzos se aprestaron á la lucha decididos á disputar el paso á Amilcar; pero éste, al llegar al Ebro, supo que la suerte de sus armas le era adversa en la Bética (hoy Andalucía), cruzó á la orilla opuesta del río con ánimo de llegar a Tarragona, en cuyas costas se hallaban sus bajeles y de allí dirigirse a Malaga, por entender que este era el camino más corto y el menos expuesto á sufrir una avería.
Miéntras, en Salduba se había reunido otro numeroso ejército, deseoso y ardiendo en ira por vengarse de las anteriores derrotas, pero pronto tuvieron noticia estos nuevos combatientes de que el triunfante Amilcar marchaba por el lado opuesto del Ebro; y efectivamente, pocos días después, los habitantes de esta población vieron desfilar junto á la opuesta orilla del río á los feroces invasores, contemplando aquéllos la disciplina y marcialidad de los guerreros, y éstos las cabañas é inmensa y feraz llanura de Salduba.
Entre tanto, el ejército que se improvisara en esta por entonces afortunada aldea, dirigióse hacia Fuentes de Ebro, por donde se cree lo cruzó, y reunidos en los llanos de Pina gran número de combatientes, pronto tuvieron ocasión de presentar batalla á Amilcar.
Creyó este, hasta entonces, afortunado general, que había de costarle muy poco ganar la batalla, pero sus armas fueron arrolladas, deshecho el ejército cartaginés que mandaba y él ahogado en las aguas del Ebro; pues ante tal desastre, antes que caer en manos de sus enemigos, al ver tan espantosa derrota, picó espuela á su caballo con ánimo de cruzar el Ebro, pero mal herido el corcel que montaba, no pudo resistir el empuje de las aguas, y antes de llegar al otro lado, caballo y caballero se sunergieron en el fondo del río.
Los vencedores, agitando al aire sus armas llenos de júbilo, hicieron votos por la libertad y la independencia de la patria y Salduba vuelve á gozar de la paz y ventura que antes disfrutaba.
Asdrúbal sucede á su suegro Amilcar, desembarca en España con numerosas huestes á los 226 años antes de Jesucristo, y uno de sus propósitos más fervientes es la venganza de sus antecesor y pariente.
Los saldubenses tienen noticia del arribó á España de Asdrubal y no se les ocultan sus aviesas intenciones ni las de sus sucesores, teniendo en cuenta que á las puertas de su aldea había sido deshecho Amilcar; mas hasta que esto ocurriera, se entregaron á sus diarias ocupaciones, mirando impasibles aquellas terribles luchas.
De vez en cuando llegaban á noticia de los saldubenses las espantosas catástrofes que los combatientes ocasionaban en toda la Península, y persuadidos de que algún día llegaría á sus viviendas la avalancha, procuraban de vez en cuando ponerse al corriente de cuanto sucedía, para que la catástrofe no les cogiera desprevenidos.
Corría el año 49 antes de J.C. y España era ya romana; sin embargo, la guerra no había concluido, Julio César y Pompeyo se disputaban el tiunfo, los naturales del pais se dividen en bandos, unos proclamando a Pompeyo y otros a César, y la guerra civil se enseñorea de nuestro desgraciado país.
Salduba escucha con regocijo las derrotas de Pompeyo y aplaude con entusiasmo á las victoriosas tropas de César, en cuyo favor se decide; pero cuando nás olvidados estaban de las anteriores contiendas y menos temían, despiértanse al oir lejanos sonidos de agudos clarines, inmensa polvareda les indica el camino que siguen los guerreros, y pronto se presentan ante su vista las armas de Pompeyo.
Pánico aterrador se apodera de ellos; los hombres mirábanse asombrados, los ancianos hincaban las rodillas é imploraban á sus dioses y las mujeres se mostraban llenas de espanto; en tanto, el ejército avanzaba y ya escuchaban el relinchar de los caballos; llegaron los enemigos á la aldea, encontrando breve pero heróica resistencia; y vencido aquel puñado de valientes, Salduba fué entrada á saco y degollados todos sus habitantes; después, el fuego se encargó de no dejar más que humeantes escombros, hasta que Agripa, hijo político de César Augusto, al volver á Roma con los laureles de la victoria y pasar por las solitarias llanuras y ruinas de Salduba, llamaronle la atención y comenzó a reedificarla, dándole el nombre de Agripa.


CAPITULO IV

Cesar-Augusta

Marco Agripa, consul y general romano.-- Levantamiento de los asturianos. -- Llegada de César Augusto á Agripa. -- Fundación de la ciudad y favores que le dispensó el emperador.--Su construcción.

La ciudad antidiluviana, cuyo nombre nos es desconocido; la antigua Auripa, como la denominaria Túbal; Salduba, según la bautizaron los iberos, fundándose en los terrenos salitrosos que la rodearan, desapareció como tantos otros pueblos de la Península ibérica, ante la ambición de los hombres siempre desmedida y nunca satisfecha; pero su situación, su inmensa llanura, su tierra feraz y su fructifero suelo no podian pasar desapercibidos á los ojos de los hombres, que á la vez que guerreros eran pensadores y amantes de lo bello y de lo bueno; y así sucedió.
El cónsul romano Marco Agripa, yerno del emperador César Augusto, al pasar junto á la extinguida Salduba y observar tan inmenso como bello panorama, hizo alto y fundó una colonia agícola, á la que dió su apellido, y desde entonces se la distinguía con el nombre de Agripa, y el emperador romano César Augusto concedióle autorización para que fabricase moneda, la primera que se conoció en Zaragoza, y cuyos signos eran, en el anverso la cara de Agripa, y en el reverso la figura del toro, que significaba la colonia, ornados ambos lados con coronas de laurel y proas de nave.
Sucedía esto á los 25 años antes de J.C. y entretenido Agripa en la reedificación de la colonia se hallaba, cuando recibió noticias de un levantamiento en Asturias.
Abandono este suelo, en el que habia sentado sus reales; pero antes nombró gobernadores de su colonia á Seipión y Montano, con el encargo de la mejor administración y gobierno.
Llego á Asturias, venció á los insurrectos que al grito santo de independencia y libertad se alzaran y volvió á su colonia, donde le encontró César Augusto, que noticioso en Francia, donde se encontraba, del levantamiento de los cántabros, corrió en su auxilio para dominar la rebelión que habíanle anunciado, y no paró hasta dar con su pariente Agripa, á quien le encontró dirigiendo las obras de la que un día habia de ostentar tan inmortales blasones como los que Zaragoza ostenta.
La hermosura del sitio donde se levantaba Agripa admiró á César, pero su admiración se troncó en asombro y respeto cuando supo que en el mismo punto donde posaba susplantas existió Salduba, arrasada por el incendio después de haber sido pasados á cuchillo todos sus habitantes por los adversarios de su tío Julio César.
Animado el emperador César Augusto de bellos sentimientos humanitarios hacia sus más esforzados y valientes veteranos, ocurriósele fundar una población en la que pudieran dedicarse al sosiego y descanso aquellos hombres cuya lealtad y heroismo por la defensa de sus armas les hubiera hecho acreedores á tan dignos como justa recompensa; y teniendo en cuenta que Salduba habia sufrido tan terrible prueba por haberse declarado partidaria del pendón de Julio César, el sitio en que Agripa había fundado su colonia y el feraz suelo de que se hallaba rodeada, eligióle como su punto favorito y decidióse á levantar la ciudad.
Una bellísima mañana de primavera, á la salida del sol, hizo acampar el ejercito romano en las orillas del caudaloso Ebro, mandó levantar una bonita tienda de campaña, coronando su cima magnifica águila imperial y junto á la tienda el ara preparada para el sacrificio.
A la hora señalada tocaron los clarines y César Augusto, cubierto con rica armadura de oro, acompañado de los generales, presentóse en el dintel de la tienda y junto al ara.
Los clarines y flautas, acompañadas de cítara, entonaron una sinfonía y dió principio la ceremonia, propia de aquellos tiempos cuando se trataba de sucesos de tal naturaleza.
Fueron sacrificadas las víctimas --un toro y una oveja-- sacáronle las entrañas, que fueron colocadas en magnificas bandejas de plata, presentáronselas al emperador, acompañadas de la frase: -"Solo bienes nos auguran los Dioses"- y colocadas en la pira, un sacerdote entrega á César Augusto un cofrecito con un cazo y mirra; toma un poco de esta materia resinosa y de olor fragante, la entrega en el cazo á Agripa y este vuelca los olorosos polvos sobre la pira é inmediatamente brota la llama que consume á las víctimas.
Terminada esta ceremonia, presentan al emperador dos bueyes uncidos con un ligero arado de ébano y reja ó dental de plata; toma la esteva, hace una señal al grito de ¡viva el Emperador! ¡viva César Augusto! y comienzan á caminar los bueyes guiados por dos esclavos.
Al surco que trazo César Augusto le dió la forma de un polígono, teniendo cuidado de levantar el arado en los cuatro puntos cardinales, sitios designados para la colocación de puertas de entrada á la que muy pronto había de ser ciudad fortificada, y sobre una pequeña colina (hoy escuelas de La Caridad y municipales y antes los Graneros de la ciudad) colocó una babderola, indicadora de que aquel sitio había de ser importante fortaleza, á la vez que sirviera de prisión para los delincuentes.
Desde aquel momento ya no se pensó más que en la reedificación de la ciudad y reunidos gran número de obreros, artistas, útiles y herramientas y gran cantidad de piedra de las canteras de Gelsa (antes Julia Celsa), pronto se vió Agripa rodeada de gran muralla, que partiendo de la puerta del Sol, corría por la ribera hasta unirse al primer castillo ó fortaleza, convertida después en palacio y hoy en iglesia (San Juan de los Panetes), donde se colocó la segunda puerta, que la denominaron de Augusto, primero y después de Toledo, por dar frente á aquella renombrada ciudad.
Continuaba la espesa muralla formada de resistente argamasa y piedra de las canteras antes dichas, por todo lo que hoy es Mercado, calle de Cerdán, (antes Albarderia) y Coso, hasta llegar al Arco de Cineja (hoy calle de Cinejio) donde se levantaba la tercera puerta. Seguía la misma dirección hasta los Graneros o La Caridad, donde construyeron la principal fortaleza, según indicaba la banderola que colocó César Augusto, y continuó la muralla hasta juntarse con un templo levantado por ellos y dedicado á la Diosa Fortuna, (ahora Seminario Sacerdotal ó de San Carlos), y sin abandonar la línea trazada por el arado, fueron edificando la muralla hasta llegar al cuarto sitio destinado para puerta, que denominaron de Valencia, por hallarse frente á dicha ciudad, y que aún le conocemos los antiguos por el Arco de Valencia.
A partir de aquí diósele á la muralla un recorte para unirla al punto de partida, hoy convento del Sepulcro, donde además de ser otra fortaleza quedó abierta la primera puerta, ó sea la del Sol. Con lo que quedó la ciudad amurallada y fortificada con sus cuatro puertas mirando á los cuatro puntos cardinales.
Otro muro á bastantes metros de la ciudad y un bien construido foso diéronle á Agripa todo el carácter de una población eminentemente militar, que eran los propósitos de César Augusto; concedióle luego como blasón el león rampante de su escudo que con orgullo Zaragoza ostenta, la declaro libre de tributos y con derecho á la inmunidad, la constituyó en cabeza ó capital de 150 pueblos, entre los que citaremos á Pamplona, Calahorra, Huesca, Lérida, Tortosa, Alcañiz, Montalban, Cariñena, Arcos de Medinaceli, Guadalajara, etc. y no contento con todo eso, lo mismo que el padre lega á sus hijos el apellido, satisfecho de su obra, dióle su nombre, y desde aquella memorable fecha, 23 años antes de J.C. ya no era Agripa una colonia de modestas cabañas, sino una ciudad en que moraban en magníficos palacios los más ilustres magnates romanos y que se llamaba César Augusta.


CAPITULO V

El Benjamin de Augusto

Recursos con que se constituyo César Augusta. -Adaptación del idioma latino.- Muerte de César augusto y sus consecuencias.

Así titula el célebre escritor Murillo en sus Excelencias de Zaragoza á César Augusta, fundandose en el cariño que su noble protector le demostrara, en que Roma le tendiese la mano con el cariño de hermana y en la magnificencia y el poderio que César Augusto le concediera; y tanta predilección dispensada por el emperador romano, consignada está en cuantas historias, crónicas y discursos se han impreso, escrito ó pronunciado haciendo historia de la muy heróica, muy benéfica é inmortal Zaragoza.
Y por si esto no fuera bastante á demostrar lo que sentado queda, hay un célebre edicto publicado por todo el imperio romano, por el que se obliga á sus habitantes al pago del denario (cierta contribución establecida en los tiempos romanos), para con él atender á reedificación de César Augusta, y no falta escritor que asegura que hasta los padre de Nuestro Señor Jesucristo, al pagar su impuesto en Belén, contribuyeron á la edificación de la reina del Ebro.
Derechos, pues más que sobrados tiene Zaragoza para ser acreedora al respeto de las gentes, pero por si estos no bastaran, su remota antiguedad sería suficiente á exigirlos.
En tanto, César Augusto había conseguido con su política de templanza y sus bienhechoras obras, el que los diferentes pueblos que habitaban la España depositaran en él ilimitada confianza, hasta el punto de admitir que el idioma latino sustituyese á los diversos y desconocidos lenguajes que usaban; pues para los españoles ya no era César el jefe de una nación enemiga, ni el guerrero que por donde quiera que iba sembraba de cadáveres y ruina el suelo; sino el padre del pueblo, el hombre benéfico y dadivoso que á manos llenas vertía los tesoros, y lo que era más estimable que éstos, el bálsamo de la paz y felicidad.
Así, pues, pronto el pueblo ibero adoptó sus leyes, costumbres, usos y lenguaje sin dificultad ni aversión alguna.
Diferentes gobernadores romanos son nombrados para César Augusta, pero todos saben respetar y honrar á la dichosa ciudad, compuesta entonces de diferentes habitantes, clasificados en nobles romanos que por amor á su emperador se habían trasladado á Zaragoza, en los inválidos por las terribles guerras sostenidas y en unos cuantos adetanos y celtíveros que invitados por el emperador y atraidos por la novedad habían venido á formar parte de la población que hiciera levantar César.
Satisfechos y orgullosos mostrábanse los habitantes de la invicta Zaragoza por los honores y franquicias que á manos llenas les concedía el emperador, cuando recibieron la fatal noticia del fallecimiento de su bienhechor César Augusto, 15 años despues del nacimiento de J.C.
Dolor profundo produjo tan sensible acontecimiento en el mundo entero; pero César Augusta, la ciudad, mejor dicho, la hija del emperador, cubrióse de luto y los corazones de todos sus habitantes, anegados en llanto, cubrieron de lágrimas el suelo y hendían los aires con sus lastimeros quejidos.
Tiberio Nerón fué quien sucedió á César Augusto, el que cuidándose más de satisfacer sus vanos deseos y sus torpezas que de la felicidad y ventura de los pueblos, mandó á España gobernadores, que emulando á su emperador pronto se entregaron á cometer las mayores crueldades é infamias, y César Augusta no se libró de las rapiñas y atropellos de tan bárbaros mandatarios.
Tan reprensible conducta había de surtir sus efectos en un pueblo tan fiero é indomable como el español, y pronto la inserreción fué general; insurrección que produjo el relevo de algunos prefectos ó gobernadores, pero no el de César Augusta; éste fué asesinado en Castilla la Vieja, y sabedor de ello Tiberio, envió sobre los españoles todos los males que su encarnizado odio le hicieran concebir hacia este país; y desde aquel momento, en España volvió á aparecer la esclavitud con todos sus denigrantes horrores.
Sucedía esto á los 19 años del reinado de Tiberio Nerón y cuando en Judea era crucificado Jesús, el Redentor del mundo; Aquel que fué vendido y clavado en una Cruz, porque brotando la verdad de sus labios con palabras estrañas, pero consoladoras, hacía postrar á sus plantas á cuantos le escuchaban, creando así un nuevo ejército que sin más armas que sus palabras persusivas y la predicación del Evangelio, pronto había de cambiar la faz del mundo y había de redimirlo de sus enormes errores.
Así transcurrieron 15 años más después de J.C., en cuya fecha murió Tiberio Nerón, aborrecido de todos y denigrado por su conducta cruel y feroz; dejando como heredero del trono á otro más malvado y más tirano que él; á Cayo Calígula, quien lo mismo que su antecesor, dejó á España desamparada, confiando su mando á la voluntad de sus favoritos, tan déspotas, tiranos y crueles como él.
Y César Augusta, con resignación heróica, sufria las consecuencias de la desatentada conducta de su pretor, sin más ley ni más régimen que los atropellos y exigencias caprichosas de la desmedida ambición de funesto hombre que la gobernara.
Pero esperaba el día de su redención y en ello confiaba bien fundadamente.

CAPITULO VI

Santiago, El Pilar y Los Martires

En la cabaña de Teodoro. --La llegada de Santiago y Atanasio á César Augusta y conversión de Teodoro. --En busca de convertidos. --Aparición de la Virgen del Pilar. --Construcción de su altar y capilla. --Los progresos del cristianismo. - Asesinato de los mártires.

La ciudad de César Augusto, á pesar de las penalidades que sufría desde que Cayo Calígula había heredado el imperio de los Césares, esperaba confiada el día de su redención, fundada en algo que ni podía ni sabía explicarse, pero que indudablemente y teniendo hoy en cuenta que una de las primeras ó la primera ciudad que abrazó el Cristianismo en España fué Zaragoza, es de suponer que sin sospecharlo siquiera, á esto abedediera tan ciega confianza.
Así que, mientras César Augusta se hallaba al cetro de hierro de Cayo Apio Silano, enviado por el emperador Calígula, y á la que trataba despiadadamente, una noche de Noviembre, 38 años después de J.C., lluviosa, fria y ventosa, y en que el silencio y la soledad reinaban en el recinto, en una modesta casa, próxima al muro de la ciudad, nomuy distante de la orilla del Ebro, y en la que se hallaba sentado sobre tosco taburete un hombre de unos 30 años de edad, de rostro pálido y desencajado, aflijido más por la desgracia de haber perdido a su mujer que por la pobreza de que se hallaba rodeado, tenía lugar el comienzo ó los preliminares de la proclamación del Cristianismo en Zaragoza, de la aparición de nuestra venerada Virgen del Pilar y del grito de independencia, que más tarde había de romper las cadenas que la oprimian.
Los enseres de aquella pobre casa se reducian á unos banquillos iguales al taburete en que se hallaba sentado, una mesa destartalada, sobre la que se hallaba reclinado Teodoro, que así se llamaba nuestro hombre, unas astillas verdes, con las que iba alimentando el fuego, instrumentos de hierro que tenían la figura de cuchillos y varios cacharros de barro exparcidos por el suelo de la vivienda, que servía de hogar comedor y dormitorio.

Santiago predicando en Zaragoza

Toda la habitación aparecia iluminada por una tea, y aquel hombre, rodeado de tanta humildad y condenado á la mendicidad, porque su oficio de constructor de sandalias no bastara á cubrir sus más imperiosas necesidades, afligido por la reciente pérdida de su querida esposa, hallábase meditando é inyectados sus ojos de abundantes lágrimas.
"Los Dioses son testigos de mis sufrimientos", murmuraba Teodoro, cuando el lloro de una niña vino á sacarle de su abatimiento, alzó la cabeza y con las lágrimas en los ojos miró hacia el lecho de la criatura.
Levantóse, la tomó en sus brazos y acariciándola le decía:
-"Junia, hija mía, tienes hambre y no tengo con qué alimentarte", y apretándola contra su pecho, avivó el fuego para proporcionarle calor, aproximando á la vez un cacharro de leche, del que comenzó á darle á la niña, consiguiendo que cesara de llorar, y se durmiese.
El hambre la matara -decía Teodoro- sonando á la vez un fuerte golpe dado á la puerta de su casa.
-¿Quien va? - contesto después de breves momentos.
Amparad á dos pobres mendigos, que los Dioses os lo premiarán, contestáronle.
Y levantandose del asiento repentinamente, no sin extraños presentimientos, pero suponiendo que quizas fueran más pobres que él los que á su cabaña llegaban, dejó á la niña dormida sobre el lecho de paja, abrió la puerta y encontróse con dos hombres vestidos de toscos sayales y que con dificultad podían andar, apoyados sobre gruesos palos, agobiados y fatigados por el cansancio.
La edad de los extranjeros é inesperados huéspedes frisaria de 38 á 40 años el uno y de 28 á 30 el otro; una vez cerrada la puerta de la casa, el que representaba más edad dirigiose al dueño de ella diciéndo, que sorprendidos por la noche y el agua habían llegado á la ciudad, para ellos desconocida, y que buscaban un refugio para pasarla, el Dios Uno y Trino, el Rey de los reyes, indicóles llamaran en la puerta que Teodoro les acababa de franquear.
¿Sabéis - dijo Teodoro á los recien llegados- que con esa declaración teníais suficiente para que vuestro cuerpo sirviera de pasto á las fieras en el circo de César Augusto?
- Lo sabemos, respondió con firmeza el mayor de los huéspedes, como también sé que tú no lo harás, porque tu corazón ni tu conciencia habían de permitírtelo.
Y á todo esto comenzó un diálogo referente á las verdaderas máximas de Jesucrísto y á las falsas doctrinas de los idólatras, de las que hicieron abjurar á Teodoro.
El lloro de la niña vino á interrumpir el diálogo y mientras Teodoro se dirigio á levantar á su querida hija, el mayor de los huéspedes buscó sus alforjas que momentos antes había dejado colgadas, y sacando miel para la niña y pan para Teodoro, díjole: "Dále miel á ese ángel, que no tiene con qué sustentarse, y tú come pan, ya que la debilidad se está apoderando de tí y te hace tamblar."
Así había trascurrido más de una hora, el silencio era sepulcral y la cabaña quedábase casi á oscuras; terminaban ya los últimos restos de la tea que la iluminaba.
Los dos huéspedes extranjeros habíanse quedado dormídos al amor de la lumbre, envueltos en sus mantas, y la niña también dormía; el único que no había podido conciliar el sueño era Teodoro, que permanecía desvelado junto á su tierna hija, y quien, si bien habia abjurado de sus errores, mil pensamientos se agolpaban en su calenturienta imaginación. Lloraba y su corazón latía con nueva fuerza y vigor, y su vista no cesaba de fijarse en aquellos dos personajes desconocidos, que cerca de él dormían con la calma del justo.
Por más que Teodoro torturaba su imaginación, no podía explicarse aquel fenómeno, y era que Dios le habá elegido y puesto ya en el camino de la verdad, valiéndose para ello del apóstol Santiago el Mayor, que desde la Palestina se había trasladado á las orillas del Ebro, á César Augusta, en busca de prosélitos, acompañado tan solo de Atanasio, un pobre griego que había convertido en Galicia.
Amanecía ya, y Teodoro, que no había pegado los ojos, despertó á sus huéspedes, á quienes explicó los mil pensamientos que durante la noche le asaltaran; explicóle la causa Santiago, hijo de Zabedeo, y nueva profesión de fe, acompañada del bautismo, diéronle á Teodoro fuerzas suficientes y fe ciega para creer en la verdadera religión que en el Gólgota sembrara Cristo Señor Dios Nuestro.
Abrazáronse los tres y se despidieron de Teodoro los huéspedes hasta muy pronto, que volverían con más convertidos, mientras Teodoro quedó impaciente esperando la vuelta de sus compañeros.
Transcurrieron bastantes días y por cada uno crecía más la ansiedad de Teodoro, temblando de espanto al pensar que habrían podido ser descubiertos; ya desesperaba, cuando una noche llamaron á la puerta, se aproximó á ella pesaroso, la abrió y aquel temblor cambióse en júbilo de alegría, cuando se encontró con Santiago y Atanasio, acompañados de Indalecio, de Caspe; Eufrasio, de Sariñena; Terifón, de Tauste; Torcuato, de Calatayud; é Isgio, de Tarazona; que unidos á Celio y Segundo, hijos de César Augusta, completaron el número nueve los convertidos de aquella cruzada.

La Virgen del Pilar de Zaragoza
EL PILAR

Todo estaba en calma, era la noche del 2 de Enero del año 41 de Jesucristo, los habitantes de César Augusta dormían, excepción de diez hombre, Santiago y sus nueve convertidos; éstos encontrábanse á la orilla del río, próximo á la cabaña de Teodoro, lugar llamado de las Pajas, entregados á sus acostumbradas oraciones y confiados en la hora y el silencio.
Los gallos, con sus cantos, anunciaban la media noche; de repente, y cuando más entregados estaban en sus meditaciones, una blanquísima luz comenzó á iluminar el punto y alrededores en que los nueve convertidos con su jefe, Santiago, se hallaban orando.
Una tradicional leyenda afirma, que á la vez de aquella blanquísima luz, melodiosa y dulcísima música angelical resonaba en el espacio. Densa niebla, de la que salían deslumbrantes y vivos resplandores, envolvió á los que orando estaban. Aquellas blanquísima luz tomó luego los diferentes colores del arco iris; los convertidos pusiéronse en pié, pero pronto volvieron á caer de rodillas, é inmediatamente apareció entre ellos la Virgen Santísima en carne mortal, acompañada de ángeles y querubines, recostada sobre una pequeña columna marmórea, y con voz dulce y la sonrisa de un niño, dirigiéndose á Santiago, le dijo éstas ó parecidas palabras.
"Mi hijo y tu maestro ha elegido este lugar para que sea dedicado á mi honra y gloria. En este sitio será edificada la iglesia á mi memoria, y este Pilar, en el que queda mi imagen, existirá incólume mientras exista el mundo. Junto á él colocarás el altar y como no ha de faltar nunca quien en esta ciudad venere á Jesucristo, mi hijo, la virtud de Dios, por mis constantes ruegos, obrará prodigios admirables sobre ella y sobre todos sus habitantes"
Creyendo los convertidos que todo era un sueño, pero pronto salieron de su error; la misteriosa Columna ó Pilar y la figura de la Virgen representándola, les convenció de la verdad de cuanto habían visto. Vestía la Imagen, gentil ropaje dorado, en su seno estrechaba hermoso niño desnudo y en la mano izquierda sujetaba un bonito pajarillo.
Pocos días después, aquella hermosa Imagen y aquel bonito Pilar estaban cobijados bajo humilde capilla formada de adoves y cañas. Y pasaron los siglos y la capilla iba ensanchándose, creciendo en riquezas y aumentando devotos; y llegaron los vándalos, los suevos, los godos y mulsulmanes, que no respetaron templos, ni palacios, ni joyas y El Pilar de la Virgen quedó incólume ante todo desastre é impiedad tanta.
Por eso el Augusto y entusiasta nombre de la Virgen del Pilar ha sido y será siempre el escudo de los hijos de Aragón y Zaragoza.

LOS MARTIRES

Santiago vió crecer el número de los convertidos, y para no excitar las sospechas de los idólatras, creyó de necesidad buscar otro sitio en el que pudiera reunirse mayor número de creyentes de las doctrinas del Redentor del mundo.
Uno de los capitanes de Augusto había construido fuera de muros y próximo al Huerva, un magnífico palacio de recreo, y junto á él existian gran número de cuevas, de las que se había extraído grava para las construcciones. Eran todavía pequeñas para reunirse los convertidos, pero ahondándolas con grandes precauciones, podían llenar perfectamente el objeto que se había propuesto Santiago, y así lo hicieron. En aquellas cuevas existió una iglesia subterránea, la de Santa Engracia; existe hoy la cripta donde se veneran las cenizas de los Mártires, y sobre la cripta se ha levantado hermoso templo dedicado á Santa Engracia y los Mártires.
En ellas resonaron los primeros cánticos entonados al Salvador del mundo por multitud de hombres, mujeres y niños que, abandonando la falsa religión de sus Dioses, habían reconocido ya la del Dios Uno y Trino, sin suponer que aquellas ideas profesadas ocultamente por ellos habían de imponerse en el mundo.
Terminada la misión del apóstol Santiago en César Augusta y llegado el día en que por superior mandato debía abandonarla en busca de idénticos triunfos, hubo de dejar nuevo pastor que guiase á los cristianos.
Por la noche dirigiéndose á las cuevas, en las que se entraba por una sola boca oculta tras de inmensos romerales y arbustos, y reunidos todos los fieles, dieron comienzo á los cantos sagrados, é inmediatamente Atanasio, el inseparable compañero de Santiago, fué consagrado obispo, el primero del episcopologio zaragozano, y Teodoro, el dueño de la cabaña en que pernoctaron en esta ciudad Santiago y Atanasio, presbitero y ayudante del obispo.
Terminada ya la misión de Santiago en César Augusta, alejóse, á los 43 años después de J.C., entre las lágrimas y sollozos de aquellos crístianos, bien ajenos por cierto á los martirios á que estaban destinados, pero que sufrieron con resignación antes que abjurar de la verdadera religión que habían abrazado.
Y el nuevo pastor que Santiago consagrara, continuó, ayudado de su compañero, atrayendo prosélitos á la cristiandad.
En tanto, en el solio del imperio romano iban sucediéndose los emperadores, y todos, desde que César Augusto sucumbió, en vez de preocuparse del bienestar de sus vasallos, no hacían otra cosa, que atropellarlos y vejarlos, hasta que el feroz Nerón, tan execrable y repugnante como malvado, subió á ocupar el trono de los Césares á los 55 años después de J.C., y en este momento llegaron las persecuciones y martirios de los cristianos.
Solo así se comprende que al escuchar las órdenes expedidas por Nerón á sus mandatarios contra los redimidos por la Cruz del Salvador del mundo, éste se conmoviera, mientras los cristianos escuchaban sonrientes tan feroces amenazas y tormentos.
y así fué, el obispo de César Augusta, Atanasio, es sorprendido predicando las verdades del Evangelio, cuatro años después de haber sido elevado á tan alto sitial, y muere crucificado.
Le sucede Teodoro, y en este momento empiezan las persecuciones y suplicios de los cristianos de Zaragoza, que continúa aumentando el catálogo de sus mártires, primero con Gayo y Crescencio, que en el martirio ya anuncian los muchos compañeros que han de sufrir igual suerte.
Sin embargo, cinco emperadores pasaron por el solio romano, sin que la persecución de los defensores de la Cruz revistiera caracteres ostensibles. En este lapso de tiempo, el Cristianismo aumentó de modo considerable en todas partes, y sobre todo en César Augusta.
Pero á poco es proclamado emperador Domiciano, quien inmediatamente ordenó la segunda persecución de los cristianos y el año 93 de J.C., César Augusta aumentó el Catálogo de sus mártires con el obispo Teodoro, siguiéndole á éste, muy luego, el que le sucedió en el episcopado, Epitacio.
Ambos cadáveres fueron disputados á las aves de rapiña por los cristianos, quienes se encargaron de darles sepultura en el fondo de las cuevas. ¡Y raro misterio! Cuanto más furibunda era la persecución del Cristianismo, mayor número de proselitos alcanzaba.
Sucédense los emperadores romanos y continúan lanzando anatemas y ordenando las más terribles persecuciones contra los que seguían las doctrinas de Jesucristo, y en la iglesia de las Santas Masas, Mártires, Santa Engracia, catacumbas ó cuevas de César Augusta, que con todos estos nombres se distingue la iglesia cuya reedificación ha sido un hecho, va aumentando el número de cadáveres, todos ellos sacrificados por la fe y muertos en horribles tormentos; pero con ello los tiranos no consiguen más que aumentar el número de cristianos y avivar su fe.
Y en el año 193, como en los de 237, 259 y 261, César Augusta ve correr la sangre de sus hijos, que prefieren el martirio á la abjuración, aumentando de asombroso modo el número de héroes que, muertos por la fe de Jesucristo, van á engrosar el de los mártires que yacen en las catacumbas.
No habían salido de su asombro y aun humeaba la sangre de los cristianos crucificados y martirizados en César Augusta, cuando se recibió la horrorosa noticia de haber subido al trono de los Césares el terrible Diocleciano, quien decretó la décima y última persecución de los cristianos de César Augusta, cuya historia, escrita con sangre de los innumerables mártires de Zaragoza, la tenemos en Santa Engracia.
Poco tardó en hacerse cargo del mando de esta ciudad el sanguinario Publio Daciano, y no había casi terminado de dictar á sus soldados las terribles órdenes que de Roma trajera contra los cristianos, cuando se presentó ocasión de demostrar sus feroces instintos con la bella y simpatica joven Engracia, á quien martirizó de manera despiadada por no querer abjurar del Cristianismo, y al suplicio de ésta siguió el de dieciocho compañeros más, que fueron degollados inhumanamente.
Abandonados á las fieras los cuerpos de estos mártires, los cristianos se encargaron de recogerlos y darles sepultura consus compañeros de martirologio, mientras Daciano mostrábase orgulloso y satisfecho del comienzo de su gobierno en la ciudad del César; pero había hecho propósitos de exterminar á toda la cristiandad y su imaginación no cesaba hasta dar con un procedimiento que le pareció mejor, por lo cruel, cobarde é inhumano, é inmediatamente lo puso en práctica.
Así, pues, mandó publicar un pregón por el que ordenaba que al día siguiente, al amanecer, abandonaran la ciudad de César Augusta todos los cristianos, sin distinción de edades ni sexos, único modo de salvar la vida si no abjuraban la religión del Crucificado.
Al día siguiente y á la hora indicada en el bando ó pregón de Daciano, salían por la puerta de Occidente sobre 17.000 cristianos, según algunos historiadores, llevando todos consigo cuanto poseian y despidiéndose, anegados en llanto, de la población en que habían nacido.
Iban custodiados por fuerzas de caballería, y en el momento en que salió el último, la puerta volvió á cerrarse.
Poco habían andado, cuando oyeron un clarín, á cuyo sonido, tristes presentimientos se agolparon á sus cerebros, y de repente, cuando con los ojos arrasados en lágrimas volvíanse hacia la ciudad para darle un adiós, sin sospechar que fuera el último, viéronse envueltos por numeroso ejército de caballería que los acuchilló bárbaramente; y para evitar Daciano que los cristianos que sobrevivieran, escapando de su infame astucia, pudieran recoger los cadáveres tan vilmente asesinados, mandó encender hogueras y arrojar en ellas los restos de los mártires.
Y los cristianos que huyeron á través de los montes de tan cruel matanza, fueron perseguidos y alcanzados en Agreda, donde fueron acuchillados sin piedad.
A todos estos mártires siguieron el soldado Lupérculo y otros. San Valero, obispo de César Augusta, fué desterrado á Castelnou y su coadjutor San Vicente, después de haber sido condenado á sufrir los más atroces tormentos, halló la muerte donde deseaba, en las playas de Valencia.
Y he aquí por qué Zaragoza puede llamarse con orgullo la ciudad de la Virgen, la ciudad de los mártires y la ciudad de los héroes.
Porque las cenizas de aquellos héroes y mártires fueron depositadas con las de sus compañeros en las catacumbas ó subterraneos de Santa Engracia.

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