Autor: José Manuel Marcuello Calvin Fecha: 7 de junio de 2021 última revisión
El Ebro a su paso por Aragón podemos dividirlo en cuatro tramos de interes: de Novillas hasta Utebo, Zaragoza como capital del Valle del Ebro, el Bajo Aragón y desde el Monasterio de Rueda hasta Fayón.
Cuando el Ebro entra en Aragón por Novillas es ya decididamente mudéjar, presintiendo, sin duda, la grandeza arábiga del ribereño palacio de La Aljaferia de Zaragoza.
Las riberas escuetas y fértiles de los afluentes ibéricos del Ebro aragonés fueron cultivadas con primor e intensidad por los árabes y su reconquista por parte de los cristianos exigió un arduo esfuerzo al tiempo que significó, en buena medida, su ruina por mucho tiempo.
En Novillas, donde el Huecha, nacido en las faldas del Moncayo, rinde sus aguas al Ebro, se ubicó la primera y más importante encomienda de la Orden del Temple de todo el valle medio del río, con amplísimo dominio sobre las tierras que los monjes-guerreros iban incorporando al naciente Reino de Aragón. La encomienda templaria de Novillas fue perdiendo su poder en favor de otra orden militar, la de San Juan de Jerusalem, de cuyo poderío restan hoy algunos vestigios en la localidad, como un bonito palacio del Renacimiento aragonés. La iglesia local es de corte neoclásico, con interesantes retablos de los siglos XVI y XVII.
En dirección a Zaragoza, a unos 25 kilómetros se halla, a mano izquierda, la carretera local que lleva hasta Pedrola y Alcalá de Ebro y, al otro lado del río, hasta las salinas de Remolinos. Es este, sin duda, uno de los tramos más interesantes del río aragonés, dado que toda esta zona está ligada al recuerdo de Cervantes -que situó en las proximidades de Alcalá de Ebro su Insula Barataria- y al señorío de los Luna y los Villahermosa, representado en la magnificiencia señorial del palacio ducal de los últimos en Pedrola.
En 1976, tanto el palacio ducal de Villahermosa como la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Angeles de Pedrola, fueron declarados conjunto hitórico-artístico. El palacio ducal, cuya parte más antigua data de la primera mitad del siglo XVI, conserva el carácter renacentista del patio y la fachada, si bien el edificio experimentó diversas reestructuraciones de corte barroco y neoclásico. A través de un elegantísimo portal, se accede a la planta noble del palacio, donde la familia ducal custodia obras de arte de altísimo valor y antigüedad, destacado, de entre todas, obras de Goya, Sorolla, Bayeu, etc. así como la galería de retratos de los Luna y los Villahermosa, obra del flamenco Roland de Mois.
Por su parte, la iglesia parroquial data de finales del siglo XV, si bien su fábrica primitiva pudo ser muy anterior. El cuarto duque de Villahermosa -constructor del palacio- remató las obras en la segunda mitad del siglo XVI al tiempo que su esposa, la conocida por la Santa Duquesa, ordenaba la construcción del curioso pasaje que conduce desde la parte alta del palacio hasta una de las capillas del templo, por encima de las casas aledañas.
En el siglo XVIII, Juan de Villanueva realizó una nueva ampliación del templo, construyéndose entonces el actual crucero. El templo custodia interesantes retablos y piezas de orfebrería, que van desde los siglos XVII al XIX.
A escasa distancia de Pedrola, ya en el Ebro, se halla Alcalá en cuyas proximidades se encuentra una de las numerosas islas fluviales que el Ebro ha ido tejiendo desde el momento mismo de su salida a la Depresión Central. En ella, críticos e historiadores han creído ver la Insula Barataria, efímeramente gobernada por el bueno de Sancho Panza. Esta tesis de los quijotistas se fundamenta en la casi segura estancia de Miguel de Cervantes en la zona, donde, con probabilidad, habría pasado algunos días en el palacio ducal de los Villahermosa de Pedrola.
Al otro lado del Ebro, al abrigo de un cerro frente al río, está Remolinos, antigua encomienda de los Hospitalarios y famosa por unas riquísimas minas de sal gema. El de Remolinos es uno de los numerosos depósitos de sal del Valle del Ebro -que llegan, incluso, hasta Cardona- producto del pasado marino del gran lago eoceno que ocupó el hundimiento del gran Macizo del Ebro. La tradición quiere creer que el mismo Aníbal se surtía de la sal de Remolinos para su ejército pero es con los romanos cuando las minas comienzan su explotación intensiva. Con los austria, la mina fue de titularidad real y, con anterioridad, se produjeron algunos conflictos entre la Iglesia y las órdenes militares que colaboraron en la Reconquista por el dominio y control del fruto de las citadas minas.
La iglesia parroquial de San Juan Bautista, de corte neoclásico -fue construída hacia 1780- presenta en las pechinas cuatro lienzos pintados por el aragonés Francisco de Goya y Lucientes y que representan a San Gregorio, San Jerónimo, San Ambrosio y San Agustín. En lo alto de la población se levanta la ermita del Santo Cristo de la Cueva, que guerda una talla en madera fechada hacia finales del siglo XIV.
De nuevo en dirección hacia Zaragoza, por uno u otro lado del Ebro -desde Remolinos es más cómodo hacerlo por la carretera comarcal Tauste/Alagón- se cruza de nuevo el río por Alagón, la antigua Alauona, enclave de máxima penetración oriental de los vascones por las riberas del Ebro. En Alagón tuvo Sertorio su cuartel de invierno, Castra Aelia, en su guerra contra Pompeyo y fue un importante enclave estratégico para Roma en su empeño de controlar el paso del Valle del Ebro hacia la Meseta por el curso del Jalón.
Situado al pie de las elevaciones del Castellar -importante centro de abastecimiento de leña y carbón durante la Alta Edad Media- jugó un papel decisivo como vanguardia cristiana en el asedio y toma de Zaragoza, siendo tradición que la Virgen se apareció en este lugar al rey aragonés Alfonso I el Batallador. Alagón fue un importante centro comercial durante toda la Baja Edad Media y fue testigo de acontecimientos históricos relevantes, como el desposorio de Pedro IV el Ceremonioso con Doña María de Navarra o, con anterioridad, el lugar de cautiverio de la reina Doña Urraca.
El tendido y consolidación del Canal Imperial de Aragón en el siglo XVII supuso un importante empujón a la rica agricultura de la zona, que conoció su momento álgido durante la primera mitad del presente siglo con la puesta en explotación de una boyante industria de transformación remolachera, hoy prácticamente aparcada por la crisis del sector, si bien la zona ha remontado en parte el revés a través de la instalación en sus proximidades de la factoría automovilística de la General Motors.
Sin embargo y a juzgar por sus monumentos capitales, el esplendor de la vida local debió de girar en torno a los siglos XIV-XVI, coincidiendo con el punto álgido del arte mudéjar en la zona. De origen mudéjar, aunque enmascarado por posteriores añadidos en el transcurso del tiempo, es el templo parroquial de San Pedro, iniciado en la primera mitad del siglo XIV. Su elemento más inequívocamente mudéjar es la torre, de base octogonal, profusamente decorada en su tramo central con hermosos motivos en ladrillo resaltado formando arcos entrecruzados y diversas figuras geométricas. En realidad se trata de dos torres, una envolvente de otra interior, con el sello inequívoco de los alminares árabes de la época. El templo es de nave única, con bóvedas de crucería y ábside pentagonal y en sus laterales se fueron abriendo, ya en tiempos modernos, las capillas de la Virgen del Carmen y del Santo Cristo -ésta, con un interesante retablo del último tercio del siglo XV- y las barrocas de San Antón y Santa Ana, con una talla del santo, la primera, del siglo XV. El retablo mayor es de madera dorada y policromada y data de mediados del siglo XVI.
Los otros dos monumentos locales de interés son las iglesias de San Antonio y de San Juan Bautista. La primera de ellas es de la primera mitad del siglo XVIII, construída por los jesuitas tras la fundación de su colegio en la localidad. Tiene dos interesantes retablos en los brazos del crucero, de la segunda mitad del siglo XVIII y una bonita decoración general de estilo recocó. Por su parte, la iglesia de San Juan Bautista conserva su fábrica esencial del XVIII, pero sus elementos muebles ornamentales más notables fueron trasladados a otras iglesias aragonesas con motivo de las desamortizaciones del siglo XIX.
El último de los monumentos dignos de mención está situado fuera de la población, sobre los altos de El Castellar. La ermita de la Virgen del Castillo conserva muy pocos de sus elementos primitivos por haber sufrido grandes destrozos en el transcurso de la guerra de la Independencia -que tuvo por estos lugares especial virulencia- pero aún custodia una hermosa talla de la virgen titular de la ermita, fechada en torno al año 1300.
De Alagón a Zaragoza, el Ebro se halla jalonado de poblaciones eminentemente agrícolas que aún conservan, más o menos vivo, el recuerdo de los sabios y pacientes cultivadores árabes y moriscos de sus fértiles huertas. La inequívoca huella de esos casi nueve siglos de predominio de la cultura árabe se rastrea aún hoy en las hermosas iglesias mudéjares de la zona.
Fue cuna del insigne pedagogo de sordomudos Juan Pablo Bonet y cuyo Ayuntamiento está ubicado en un hermoso palacio, de los Duques de Villahermosa, del siglo XVII, tiene, como la vecina localidad de Pinseque, una bellísima torre mudéjar.
Sin embargo, la más singular, compleja y profundamente árabe es la de Utebo, un auténtico alminar en el que, en pleno siglo XX, nada extrañaría oir el canto del muhecín llamado a la plegaria a la caída del sol. Aunque iniciada años antes, la obra fue rematada por Alonso de Lesnes en el año 1544.
Puedes seguir la navegación del Ebro en Zaragoza capital del Valle del Ebro, el Bajo Aragón y desde el Monasterio de Rueda hasta Fayón.
Extraido del libro: Guía para viajar por el Ebro.
© José Manuel Marcuello Calvin
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