Autor: José Manuel Marcuello Calvin Fecha: 7 de junio de 2021 última revisión
A partir de Zaragoza, el ebro va a ir acusando progresivamente la aridez que caracteriza a lo que fue la zona más oriental del antiquísimo mar interior de agua salada. Los afluentes se hacen más débiles y escasos, el clima se va haciendo paulatinamente mediterráneo y los suelos, en última instancia, más resecos e improductivos.
Podra observar el viajero cómo, a medida que avanza hacia el Bajo Aragón, la fertilidad del suelo queda prácticamente relegada a las cada vez más estrechas riberas del Ebro y a las menguadas vegas de sus afluentes por la derecha. Decimos por la derecha porque por la izquierda del Ebro no recibe ni un sólo río afluente hasta Mequinenza, donde avenan las aguas conjuntadas del Cinca y el Segre. Y entre el Gállego y el Cinca/Segre, el dilatado desierto de los Monegros, con su escasísima pluviometría anual, sus numerosas lagunillas saladas y sus casi constantes afloraciones de yesos y calizas.
Los últimos afluentes ibéricos de la margen derecha, aunque relativamente frecuentes, son de muy escaso caudal (Aguas Vivas, Martín, Guadalope y Matarraña) y sus vegas, excepción hecha acaso del Guadalope, de menguado y trabajoso cultivo. Ello no obstó, sin embargo, para que los pueblos prerromanos -sobre todo, los iberos- se sintieran fuertemente atraídos por esta zona, ni para que los romanos se dedicaran aquí, como en las Cinco Villas, al cultivo de grandes extensiones cerealistas.
Aunque el itinerario hasta los alrededores de Mequinenza puede cubrirse por ambas márgenes del Ebro, el camino recomendado es el que discurre por la derecha, tanto por correr más próximo al río como por estar jalonado de lugares de mayor interés. Para emprender esta ruta, el viajero debe tomar desde Zaragoza la nacional 232 con destino a Alcañiz y Castellón, conocida por los zaragozanos como carretera del Bajo Aragón. Es esta una carretera fácil y bonita, que cruza por pueblos de profunda tradición agrícola -son famosas entre los gastrónomos las cebollas de Fuentes de Ebro- y no muy lejos de lugares que alcanzaron merecido renombre histórico durante la Guerra Civil española, com Belchite.
El Burgo, Fuentes y
Quinto ofrecen hoy a los arqueólogos la evidencia de la comentada preferencia de los pueblos prerromanos y, sobre todo, de los romanos, por estas tierras ribereñas del Ebro. También los árabes, mudéjares y moriscos cultivaron con esmero las huertas de ribera y dejaron su huella en el arte mudéjar de la zona, muy castigado durante la Guerra Civil española al ser esta la línea de fuego del trágico frente del Ebro.
A 42 kilometros de Zaragoza se halla Quinto de Ebro, donde la carretera nacional se separa notablemente del río y deberá tomarse la carretera local que corre junto al curso fluvial. No obstante, antes de acometer esta ruta, el viajero debe plantearse la oportunidad de continuar por la carretera nacional hasta la siguiente localidad, Azaila, para visitar el magnífico poblado prerromano-romano del Cabezo de Alcalá.
Al lugar se accede por la carretera que parte, a mano derecha, a la salida de la localidad (esta señalizado). A escasa distancia de la población, también a mano derecha, se yergue el cabezo o altozano donde se halla el yacimiento, hoy excavado en su práctica totalidad. Se trata, en realidad, de tres ciudades distintas en función de las épocas y las culturas diferentes de las que sus piedras fueron testigos. La vida de la ciudad abarca desde la Edad de Hierro (siglo XII antes de Cristo), con un tramo intermedio en el que el enclave fue un importantísimo baluarte estratégico y cultural del pueblo ibero.
Los análisis arqueológicos permiten concluir que los primeros pobladores del cabezo eran de origen indoeuropeo, con hábitos agrícolas y pastoriles y con el dominio de la técnica del hierro, aunque no de la cerámica de torno. El primitivo poblado no es bien conocido, aunque se supone giraría en torno a la disposición de las viviendas alrededor de una única calle central. Este poblado primitivo fue violentamente destruído en el transcurso de la segunda guerra púnica, hacia el año 218 a.C. No debió de tardar en reanudarse la vida, sin embargo, en el poblado a juzgar por los materiales arqueológicos encontrados, que demuestran una rápida restauración y mejora, con fortificación, de la ciudad por parte de un pueblo que presenta todas las características específicas de la cultura ibera. De esta época son los mejores y más interesantes materiales cerámicos que se conservan en el Museo de Zaragoza y que denotan el magnífico esplendor económico y cultural de la ciudad, que acuñó moneda de plata y bronce. En la última fase de vida de esta segunda ciudad se encuentran ya huellas de una progresiva romanización y que se interrumpen bruscamente con una nueva destrucción del poblado en el transcurso de las guerras entre Pompeyo y Sertorio (entre el 76 y el 72 antes de Cristo). Por último, la tercera ciudad fue de nuevo reedificada y notablemente fortificada, remodelándose el trazado de las calles tal y como hoy aparecen. Fue el momento álgido del asentamiento, desde el punto de vista económico, y los arqueólogos han podido determinar para esta época una rica vida social, industrial y artesanal. La gran cisterna, el monumental túmulo funerario, las dependencias públicas y, sobre todo, la pulcra urbanización del poblado -con calles jalonadas por amplias aceras- denotan la profunda romanización de la ciudad, que fue de nuevo y definitivamente arrasada tras la célebre batalla de Lérida, entre César y las tropas de Pompeyo, librada en el 49 antes de Cristo.
Concluida la visita al Cabezo de Alcalá, es preciso retornar de nuevo hasta Quinto para, sin llegar a la población, tomar la carretera local que parte, a mano derecha, en dirección a Gelsa y La Zaida. En esta ruta, el viajero debe estar atento, porque a unos dos kilómetros de marcha se halla el puente que, cruzando sobre el Ebro, conduce hasta Gelsa, distante otros 2 kilómetros del desvío. Una vez en Gelsa, se debe acometer el desvío que, a mano derecha, conduce, tras unos 5 kilómetros de ruta, hasta Velilla de Ebro.
En Velilla, en la parte dominante de la población, se hallan las ruinas -o si se prefiere, el yacimiento arqueológico- de la que fue, hasta la fundación de Zaragoza, la más importante colonia romana del Valle medio del Ebro: Iulia Victrix Lepida, fundada sobre la población íbera de Celse o Celsa (y de ahí el nombre de la próxima localidad actual de Gelsa).
Celse, fue un importante enclave íbero enmarcado en el amplio territorio de los ilergetes. Estrabón señala la existencia de un sólido puente de piedra sobre el Ebro, que los arqueólogos no han podido aún certificar, y debió constituir un importante puerto fluvial para los navegantes por el Ebro. Asimismo, debió de ser un notable nudo de comunicaciones terrestres, toda vez que allí confluía la calzada que unía Ilerda (Lérida) con el Valle del Ebro. Dados estos indudables atractivos del anclave, el triunviro Lepido fundó allí una importante colonia en el momento de romanización, en sentido ascendente, de las tierras del Ebro. Cuando Lépido cae en desgracia, la colonia pasa a ser denominada Colonia Iulia Victrix Celsa, languideciendo su antiguo esplendor vertiginosamente en favor de la recién fundada colonia Caesaraugusta (Zaragoza), en la segunda década antes de Cristo. Aun en fase parcial de excavación, el poblado ha mostrado a la luz importantes mosaicos romanos y algunos materiales cerámicos y muebles, que se hallan actualmente en fase de interpretación.
A la hora de reemprender la marcha siguiendo el curso del Ebro, el viajero debe armarse, a partir de aquí, de una cierta dosis de paciencia al tiempo que afina notablemente su sentido de la orientación. Hasta Caspe, la carretera no es precisamente ni fácil ni buena, si bien el atractivo del paisaje compensa con creces los inconvenientes del periplo. Aquí el Ebro inicia el curso más divagante de todo su recorrido al tiempo que el cauce comienza a encajonarse progresivamente en los materiales blandos de lo que fue un día el fondo del mar interior. El paisaje se hace notablemente contradictorio, con estrechas y feraces riberas jalonando las aguas del río mientras, unos metros más allá, por ambas orillas, el desierto monegrino enmarca, como queriendo asfisiarlo, el paso del Ebro. Es este, sin duda, un paisaje duro y exótico en el que cristaliza la paradójica grandeza del paso silencioso y casi estéril del río más caudaloso de España por la bisectriz de uno de los más desoladora de sus desiertos.
Y decimos casi y no totalmente estéril porque el sabio y paciente esfuerzo de los ribereños de la zona -herederos, a ciencia cierta, del tesón agrícola de árabes y moriscos- ha conseguido mantener viva la feraz huerta ribereña aun después de dejarse perder el ingente beneficio del increíble ingenio hidráulico de las norias o ruedas de Cinco Olivas o del Monasterio de Rueda. Cinco Olivas -que aún conserva en el Ebro el magnífico azud de derivación hacia la desaparecida noria-, Alborge y Alforque (de indudables resonancias árabes los dos últimos), adheridas a los amplios meandros que aquí comienza a dibujar el Ebro, son poblaciones eminentemente agrícolas en las que perviven los hábitos productivos de los moriscos.
De Velilla de Ebro, la carretera conduce directamente hacia Sástago, un enclave medieval que en su día fue señorío de don Blasco de Alagón en permuta obligada por Morella, villa que él había reconquistado personalmente. En el siglo XVI, la población pasó bajo el dominio de los Condes de Sástago, una de las siete Casas de Aragón. Durante la dominación árabe, Sástago fue un importante centro de fabricación de vidrio y, hasta épocas recientes, mantuvo viva la producción tradicional de cuchillos y navajas cuyas cachas eran fabricadas con el nácar extraido de los numerosos moluscos del Ebro. Asimismo, la localidad era conocida en todo el territorio circundante por la excelente factura del típico sombrero aragonés -hoy relegado a los valles altoaragoneses de Ansó y Echo- conocido también por el sobrenombre de gorro de medio queso.
Próxima a Sástago se halla la localidad de Escatrón, otro importantísimo enclave medieval cuya vida social y económica se muestra profundamente alterada por la central termoelectrica instalada en la década de los 50 y que se abastece de los lignitos turolenses para la combustión y de las aguas del Ebro para su refrigeración. El poblado medieval ha quedado relegado a un segundo plano desde la construcción del nuevo poblado, elevado sobre el cauce del Ebro. Sin embargo, la vida económica y la historia del primitivo Scatro conoció una vida esplendorosa a lo largo de casi siete siglos, tiempo en el que la localidad ejerció el señorio sobre el influyente Monasterio de Rueda, situado frente a la localidad al otro lado del Ebro.
También puedes realizar la navegación del Ebro en de Novillas a Utebo y por Zaragoza capital del valle del Ebro o desde el Monasterio de Rueda hasta Fayón.
Extraido del libro: Guía para viajar por el Ebro.
© José Manuel Marcuello Calvin.
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