Autor: José Manuel Marcuello Calvin Fecha: 7 de junio de 2021 última revisión
Tanto por su población como por su situación y su historia, Zaragoza es la capital indiscutible del Valle del Ebro y, por ello, sede del órgano de gobierno de las aguas de la cuenca, la Confederación Hidrografica, la primera en crearse y la de más extenso territorio bajo su competencia de todas las del país.
Situada en la confluencia del meridional Huerva y el pirenaico Gállego con el Ebro, la ibérica Salduie evidenció tempranamente su inmejorable situación estratégica, dada su proximidad a la vía natural de penetración en la Meseta, el Jalón, y su condición de frontera entre las tres etnias fundamentales asentadas en las riberas del Ebro: indoeuropeos, iberos y celtíberos. No mucho antes de la fundación de la ciudad romana de Caesaraugusta, el triunviro Lépido fundó, aguas abajo de la actual Zaragoza, la primera colonia romana en lo que hoy es el Ebro Aragonés,
la colonia Victrix Iulia Lépida - la actual Velilla de Ebro-, sobre la que más adelante volveremos. Era el año 43 antes de Cristo. Lépido cayó pronto en desgracia en la metrópoli y la colonia entró en un rápido eclipsamiento. unos veinte años después, el emperador Octavio Augusto decidió la fundación de la colonia Caesaraugusta, obra de los veteranos de las legiones IV Macedónica, VI Victrix y X Gémica,
licenciados tras la conclusión de las guerras cántabras.
Testigos de la primitiva Caesaraugusta -de la que deriva el actual nombre de Zaragoza- son hoy el único tramo de la muralla romana que se alza a poniente junto al Ebro, dos o tres maltrechos yacimientos arqueológicos abiertos, y muy mal cuidados, en pleno casco viejo de la ciudad -incluido el teatro romano-, la estructura cardial de la parte más antigua de la ciudad y en última instancia, los interesantísimos materiales
arqueológicos -sobre todo algunos mosaicos- custodiados y pulcramente presentados en el Museo Arqueológico y de Bellas Artes (ubicado en la Plaza de los sitios y lugar de obligada visita para el viajero interesado en conocer en profundidad la capital del Ebro).
La época islámica -la Sarakosta o Medina Albaida de los árabes fue capital de la Marca Superior de Al-Andalus y una de las más importantes y belicosas taifas en el momento de la desmembración del califato de Córdoba- tiene en Zaragoza uno de los más hermosos, complejos y únicos exponentes monumentales del momento de constitución de los reinos de taifas: el palacio de la Aljafería, considerado como el más importante
de Occidente de su época, el siglo XI.
El nombre del palacio deriva de su constructor, Abu Jafar Ahmed Almoctadir Bilá (de jafar, al-jafaría y, después Aljafería), gobernador de la taifa zaragozana entre 1047 y 1081. La fábrica primitiva de este palacio o quinta de recreo, construída a extramuros junto a la margen derecha del Ebro, era de planta rectangular, con una sólida muralla exterior con torreones y sufrío distintas modificaciones e irreversibles destrucciones con el paso del tiempo.
Las dos épocas de modificaciones de la fábrica primitiva corresponden a los reinados de Pedro IV y los de los Reyes Católicos, siendo, desde la reconquista de Zaragoza por Alfonso el Batallador en 1118, alcázar de los reyes cristianos. Fue cárcel de la Inquisición en tiempos de los austrias mientras que los borbones hacían gala de un absoluto desprecio por la obra, especialmente Isabel II, bajo cuyo reinado se praticó la más bárbara destrucción de la obra
al destinarse el palacio a cuartel -carácter que mantuvo hasta hace tan sólo algunas decadas.
- Actualmente, el palacio ha experimentado una restauración en profundidad con motivo de su destino a sede del parlamento autónomo regional, las Cortes de Aragón.
Al palacio se accede por su ala oriental, a través de una puerta con arco de harraduraque da entrada al llamado patio de la iglesia por levantarse allí, a mano dercha, la iglesia de San Martín, obra de estilo mudéjar, del siglo XIV. Desde allí se accede ya a la parte dentral de la época primitiva del palacio, un patio llamado de Santa Isabel. Es de planta rectangular, con pórticos en los lados más cortos restaurados con copias de la decoración origianl, que se
custodia en el Museo Arqueológico Nacional. En la parte derecha o norte del recinto se encuentran las dependencias más antiguas y mejor conservadas de la fábrica, sobre todo la pequeña y hermosísima mezquita, que es de planta cuadrada en la base y octogonal en altura, con un esbeltísimo arco de herradura en el hueco del mihrab. Este pequeño oratorio es una auténtica joya en su género y si bien la cúpula no es la primitiva de la obra, los arcos mixtilineos, los bellísimos capiteles de alabastro y la complicada decoración de ataurique dan cuenta de la riquisima cultura y sensibilidad artística de los hispanomusulmanes del Valle del Ebro en el lejano tiempo de la undécima centuria.
Las otras dependencias de obligada visita se hallan en la primera planta del palacio, en su ala oeste. Por una majestuosa escalinata se accede al llamado Palacio de los Reyes Católico, donde existen dos piezas fundamentales: el Salón del Trono y las salas anexas conocidas como de los pasos perdidos. Los vanos de las puertas y ventanas presentan bellísimas yeserías, pero quizá la pieza más majestuosa sean las hermosísimas techumbres mudéjares realizadas en madera dorada y policromada. La obra concluyó en 1492 y es junto, a la Lonja -de la que luego hablaremos- un magnífico exponente del llamado estilo Reyes Católicos en Aragón.
Aunque la estructura general de este templo -levantado junto al Ebro, en la parte oriental de la Plaza de las Catedrales, cerca de El Pilar- es del gótico tardío, la fábrica primitiva es, cuando menos, románica y en él se da una abigarrada yuxtaposición de estilos que van desde el Románico hasta el Neoclasico (siglo XII a finales del XVIII). Siguiendo un itinerario esencialmente cronológico, la visita debe iniciarse por el exterior de los ábsides de la que fuera mezquita mayor de la ciudad árabe y en su tramo inferior denotan su inequívoco origen románico en cuanto a su reforma cristiana se refiere. El interior de los ábsides -se conservan dos de los tres originales- conserva, en su decoración y estructura, aunque camuflada por posteriores añadidos, su prístino carácter románico original, de finales del siglo XII, con un interesantísimo grupo escultórico en las arquerías.
Siguiendo en el exterior del templo, junto a los ábsides se hallan los magníficos paneles de ladrillo de la llamada parroquieta de San Miguel, obra fundamental del mudéjar aragonés y construída en el último tercio del siglo XIV. Esbeltos arcos mixtilíneos y un complejo encaje geométrico semejan un rico tapiz árabe en el que se engarzan bellísimos mosaicos y piezas cerámicas. La obra mudéjar se continúa a través de la tracería calada
de los ventanales que se abren por encima de los ábsides, rematado todo el conjunto por el exterior del audaz cimborrio de principios del siglo XVI.
Completan los elementos exteriores más interesantes del templo la torre barroca, construída en las últimas décadas del siglo XVII, y la portada neoclásica, iniciada en 1786 sobre la mudéjar original.
En el interior, la visita a lo más interesante comienza por la mencionada parroquia de San Miguel, construída por deseo del arzobispo don Lopez Fernández de Luna cuyo sepulcro, de rica y bellísima ornamentación, es considerado pieza esencial dentro de la escultura funeraria del siglo XIV europeo. La otra pieza singular de la parroquia es la esbelta techumbre, una rica muestra de la carpinteria mudéjar en lo que actualmente es Aragón.
En lo que es propiamente el recinto central del templo -que debió ser en su día de tres naves góticas- destacan las cinco naves (recientemente restauradas) en cuya cabeza se levanta el magnífico retablo mayor, obra, en lo esencial, del escultor Pere Johan y de Hans de Suabia. Hermosísimo y casi inverosímil es, asimismo, el cimborrio, construído en el primer tercio del siglo XVI en sustitución del primitivo mudéjar - como mudéjar fue también la primitiva torre-.
La influencia árabe en este cimborrio se evidencia en la forma octogonal de la cúpula y por el octógono estrellado formado en el cruce de los arcos que la sostienen.
Las otras partes del templo de interesante visita son el coro -con una notable silleria mudéjar e importantes esculturas en su ornamentación-, las capillas laterales de San Bernardo y de San Miguel y, por último, el tesoro catedralicio, repartido entre la sacristía y el museo de tapices. Las sacristía custodia, entre otras, tres piezas singulares: el olifante de Gastón de Bearn, tallado en marfil con la técnica árabe del siglo XI; los bustos -relicarios de San Valero (patrón de Zaragoza), San Vicente y San Lorenzo, procedente de los talleres de Aviñón y donados al templo por el papa aragonés Benedicto XIII; y, finalmente, la custodia mayor, labrada en plata por Pedro Lamaison en la primera mitad del siglo XVI.
Frente a la fachada principal de La Seo y muy próxima al arranque derecho del Puente sobre el Ebro, se levanta el más importante edificio civil zaragozano, La Lonja.
La de Zaragoza, aunque construída con posterioridad, se emparenta directamente con las lonjas de los otros tres reinos que formaron la Corona de Aragón: Barcelona, Mallorca y Valencia y, como aquellas, tiene su origen en la necesidad de contar con un edificio noble dedicado a las transacciones comerciales. A instancias del Arzobispo don Hernando de Aragón, las obras se iniciaron en 1541, según la traza de Juan de Sariñena y, diez años después, como lo recuerda la leyenda gótica que recorre el friso interior, el edificio fue inaugurado. La Lonja, con sus exteriores de ladrillo típicos de la arquitectura
aragonesa de la época, tienen unas ciertas resonancias florentinas de la anterior centuria. El interior, obra de Gil Morlanes hijo, presenta tres naves de la misma altura apoyadas en sólidas columnas de corte jónico y cubiertas por bóvedas de crucería estrellada, con florones de madera tallada en las claves. En la pared de fondo, un gran arco ciego se cierra por un friso fechado en 1544 y ostenta el escudo de armas imperial de
Carlos V jalonado por los leones de la ciudad.
Aunque popularmente atribuido a los romanos o a los árabes la Alcántara de Piedras de Zaragoza fue en realidad construído durante las cuatro primeras décadas del siglo XV y fue, hasta épocas muy recientes, el único puente de obra por el que se podía cruzar el Ebro en su largo recorrido desde Zaragoza hasta el mar. Puesto definitivamente en servicio en marzo de 1440, este magnífico puente medieval de siete ojos, 225 metros de longitud y esbeltos tajamares, sufrió a lo largo del tiempo notables desperfectos, unas veces fortuitos -como la devastadora riada de 1643, que se llevó las arcadas centrales de la obra (tal y como aparece en el cuadro de Velázquez y del Mazo Vista de Zaragoza)-, y otras, provocados, como la voladura del arco norte por los franceses al final de la Guerra de la Independencia. A comienzos del presente siglo se procedió a una desafortunada remodelación del puente que alteró sustancialmente su esencia al tiempo que demostraba su inutilidad. Actualmente, el Puente de Piedra ha sido restaurado por parte del Ayuntamiento zaragozano.
Centro de devoción mariana desde hace siglos, la multitudinaria atracción popular hacia la Virgen del Pilar ha hecho de esta basílica el templo de mayor interés para los visitantes, muchos de los cuales ignoran, sin embargo, el valor artístico objetivo del edificio que es, por otro lado, menor que el de algunos otros monumentos locales.
La actual basílica, con sus tres naves de la misma altura y capillas laterales, es de finales del siglo XVII y se levanta sobre los restos de la antigua fábrica gótico-mudéjar que un incendio destruyó casi por completo en el siglo XV. Sin embargo, la basílica de Santa María existía ya cuando, en el año 1118, Alfonso I el Batallador reconquistó la ciudad para los cristianos y los restos encontrados bajo la actual Santa Capilla, atribuibles a una primitiva iglesia cristiana, indican que la antigüedad objetiva del templo es aún mayor. De la época del románico la basílica conserva un tímpano en la fachada que da a la plaza principal, mientras que de su fábrica posterior se salvaron tres elementos de notabulísimo valor: el retablo del altar mayor (situado tras la Santa Caoilla), obra gótico-mudéjar realizada por Damián Formente, en alabastro, entre los años 1509-1518; la silleria del coro, de triple graderio, de estilo renacentista, realizada en 1544 y, finalmente, el pie del órgano. El centro que polariza la atención de los visitantes es, sin embargo, la Santa Capilla,
de planta elíptica con bóveda calada, realizada por Ventura Rodríguez en el año 1754.
En ella, a la derecha del interesante altar, se venera la imagen de la Virgen del Pilar, tras la cual se abre a la devoción popular la Santa Columna. En su entorno, a considerable altura sobre el suelo y, por ello, de difícil percepción, se hallan los frescos pintados por Goya en dos de las cúpulas del templo: la bóveda del coreto -frente a la Santa Capilla-, en la que el pintor aragonés desarrolló el tema de la Adoración del nombre de Dios; y la bóveda situada frente a la capilla de San Joaquín, realizada en torno al tema de la Reina de los Mártires, así como las cuatro pechinas. Las restantes bóvedas del entorno de la Santa Capilla fueron pintadas por Francisco y Ramón Bayeu, cuñados de Goya. Finalmente, el tesoro catedralicio está repartido entre la sacristía mayor y la sacristía de la Virgen. En esta última se custodia el valiosísimo joyero con riquísimas y numerosas piezas de dudoso valor artístico -no así económico-, salvo algunas excepciones. En la primera hay notables piezas de orfebrería y algunas pinturas sobre tabla, destacando dos
trípticos de corte flamenco, del siglo XVI.
Aunque son muchos los lugares a visitar en Zaragoza, la obligada brevedad de esta guía aconseja una rápida sinopsis.
Edificios mudéjares: Iglesia de San Pablo (C/ San Pablo).
Iglesia de la Magdalena (Plaza de la Magdalena).
San miguel de los Navarros (Plaza San Miguel).
Iglesia de San Gil (C/ Don Jaime I).
Edificios renacentistas: Fachada de la iglesia de Santa Engracia o de las Santas Masas (Plaza de Santa Engracia).
Palacios del renacimiento aragonés: Palacio de los Condes de Morata o de la Audiencia (C/ Coso).
Palacio de los Pardo (C/ Espoz y Mina), actualmente sede del Museo Camón Aznar.
Casa de los Morlanes (c/ San Jorge).
Casa de la Maestranza (c/ Dormer).
Patio de la Infanta (actualmente, reconstruído en la sede de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, en la Plaza de Paraiso).
Edificios barrocos y neoclásicos: Iglesia de San Carlos (C/ San Jorge).
Iglesia de la mantería (Plaza de San Roque).
Iglesia de San Ildefonso.
Iglesia de San Felipe (Plaza de San Felipe).
Iglesia de la Santa Cruz (C/ Espoz y Mina).
San Fernando de Torrero.
Además de las obras que se conservan en el Museo Provincial (Plaza de los Sitios), lugar de obligada visita y de las ya aludidas pinturas en la iglesia de Remolinos y en la basílica del Pilar, el viajero interesado en la obra del genial pintor aragonés puede visitar dos lugares próximos a Zaragoza: Muel, en la carretera de Valencia y en cuya iglesia se conservan las pechinas pintadas por Goya y que reproducen los temas vistos en Remolinos; y la Cartuja de Aula Dei, en las proximidades de Montañana junto al Gállego. Allí Goya pintó, entre 1772 y 1774, una serie de murales de los que se conservan los dedicados a San Joaquín y a la vida de la Virgen. (Nota: debe saber el viajero que la visita está prohibida a las mujeres por los cartujos que la regentan).
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Extraido del libro: Guía para viajar por el Ebro.
© José Manuel Marcuello Calvin
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